“Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntaba a sus discípulos: ‘¿Quién dicen los hombres que soy yo?’. Ellos le respondieron: ‘Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas’. Entonces él les pregunta: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’. Respondiendo Pedro, le dice: ‘Tú eres el Cristo’. Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre esto. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Hablaba de esto abiertamente. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, increpó a Pedro y le dijo: ‘¡Apártate de mí, Satanás! Porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres’. Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que perdiera su vida por míy por el Evangelio, la salvará’. (Mc 8, 27-35)
I- Jesús les pregunta a sus discípulos (Lucas 9, 18): ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos con sencillez le contestan las diferentes opiniones que oyen. Entonces volvió a preguntarles: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? En la vida hay preguntas que si ignoramos su respuesta nada nos sucede, y hay otras que sí es importante conocer. Pero existe una pregunta en la que no debemos errar, y es la misma que Jesús les hizo a los Apóstoles: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Entonces y ahora sólo existe una única respuesta verdadera, la que le dieron los Apóstoles en boca de Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo Unigénito de Dios. La Persona de la que depende toda mi vida; mi destino, mi felicidad, mi triunfo o mi desgracia se relacionan íntimamente con el conocimiento que de Tí tenga. Nuestra vida habrá valido la pena si hemos conocido, tratado, servido y amado a Cristo. Todas las dificultades tienen arreglo si estamos con Él, nada vale la pena si no estamos a su lado.
II- La preocupación primera del cristiano ha de consistir en vivir la vida de Cristo, en incorporarse a Él, como los sarmientos a la vid. El sarmiento depende de la unión con la vid, que le envía savia vivificante; separado de ella, se seca y es arrojado al fuego (Juan 15, 1-6). La vida del cristiano se reduce a ser por la gracia lo que Jesús es por naturaleza: hijos de Dios. Ésta es la meta fundamental del cristiano: imitar a Jesús, asimilar la actitud de hijo delante de Dios Padre. Jesús vive ahora y nos interpela cada día sobre nuestra fe y nuestra confianza en Él, sobre lo que representa en nuestra vida. Nos busca de 1.000 maneras, ordena los acontecimientos para que el éxito y la desgracia nos lleven a Él.
III- “Ante Jesús no podemos contentarnos con una simpatía simplemente humana, por legítima y preciosa que sea, ni es suficiente considerarlo sólo como un personaje digno de interés histórico, teológico, espiritual, social o como fuente de inspiración artística” (Juan Pablo II, Audiencia general). Jesucristo nos compromete absolutamente. Nos pide que, al seguirle, renunciemos a nuestra propia voluntad para identificarnos con Él. Nos dice claramente: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera ganar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará (Marcos 8, 34-35).
El Señor habla abiertamente de la Pasión, con la cruz, con nuestro dolor, lo acompañamos en el Calvario y encontramos la verdadera felicidad, que tan cerca está siempre del amor y del sacrificio.
Le decimos a Jesús que nos ayude a llevar la cruz de cada día con garbo, unidos a Él.